La duración de un relato es como la de un sueño, no decidimos el momento en que nos dormimos ni en el que nos despertamos. Y, sin embargo, avanzamos, continuamos. Quisiéramos hacer un gesto, tocar al personaje, mimarlo, cogerle la mano por ejemplo. Pero nos quedamos ahí, sin hacer nada. Habrá pasado toda la vida y no habremos hecho nada.
Están en la tierra montones de piedras apiladas una a una con las manos del padre, del abuelo… toda su paciencia acumulada resistió a la lluvia, al horizonte haciendo pequeños montoncitos durante la noche para retener la luz de la luna, para estar erguidos para inventarse montañas y jugar con el trineo y creer que tocamos las estrellas. Se lo contaremos a nuestros hijos y les diremos que fue duro pero que nuestros padres fueron unos señores y que heredamos eso de ellos, montones de piedras y el coraje para levantarlas. . .
La entrada es correcta.
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